Fábula de la liebre y la tortuga, sobre el esfuerzo
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Estoy segura de poder ganarte una carrera.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy ingreída, aceptó la apuesta.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en medio de la incredulidad de los asistentes.
Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se quedó haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a la tortuga que caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es mejor que nadie
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
El viejo que removió las montañas: fábula infantil
Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos 700 kilómetros de contorno y 10.000 kilómetros de altura.
Al norte de estos montes vivía un anciano de unos 90 años de edad al que llamaban El Viejo. Su casa miraba hacia estas montañas y debido a su avanzada edad él encontraba bastante incómodo tener que dar un largo rodeo cada vez que salía o regresaba a casa. De manera que un día tuvo una gran idea, y decidió reunir a su familia para discutir el asunto.
- ¿Qué os parece si todos juntos desmontásemos las montañas para crear un camino? – sugirió –. Entonces podríamos abrir un camino directo hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.
Toda la familia estuvo de acuerdo, excepto su mujer, que dudaba.
- No tenemos la fuerza necesaria para desmontar las montañas – dijo –. ¿Cómo podremos cambiar la silueta esas dos montañas? Además, ¿dónde vamos a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar – fue la respuesta.
Entonces El Viejo partió con sus hijos y nietos a remover las montañas. Tres de ellos llevaban balancines y removieron piedras y tierra y, en canastos, los acarrearon al mar. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía cerca de la orilla del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! – exclamaba –. ¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como es usted no será capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo va a remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo exhaló un largo suspiro.
- ¡Qué torpe es usted! – le dijo –. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.
FIN
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